No puedo dormir, me asomo al balcón y
observo como la ciudad se resiste a dormir. La amarillenta luz del foco central
de la estación da una imagen grotesca a los viajeros que aún quedan en los
andenes. La infinidad de motos, bicis y coches en el parquin, los constantes
taxis y los autobuses; como una triste sombra de lo que es la estación durante
el día.
La noche está en calma y este capitán
viejo y cansado ya no se preocupa por el rumbo, ni por el destino. Tampoco por
el aspecto del barco o por que pensarán de su navío cuando lo vean aparecer por
el horizonte. Con una mezcla de nostalgia, pasotismo, aceptación y esperanza,
todo ello sumergido en una abundante cantidad de paz interior, este marinero
parece haber encontrado al fin el gran tesoro que andaba buscando.
Ha tenido que subir a la más alta
cumbre, ha tenido que surcar los mares más lejanos y soportar los vientos más
huracanados, ha visto su barco a punto de zozobrar tantas veces que ya no le
asusta, ya las tormentas no despeinarán su canosa melena. Ha vuelto de sus
viajes cargado de oro, ha saciado su sed de mujeres y sus ansias de sangre y
aventuras. Y sin embargo, es en una noche como esta, con la suave brisa del
mar, el silencio roto de la ciudad y con su amor dormida en la cama alumbrada
por el tenue reflejo de los focos, cuando se da cuenta que todo aquello no hizo
más que alejarle del verdadero objetivo.
O quizás si que fue necesario,
¿valoraría igual la paz si no hubiese derramado tanta sangre en la guerra? ¿Sería
capaz de apreciar lo hermosa que es una mujer simplemente observándola mientras
duerme tranquilamente en su cama, si no hubiera llenado sus noches con otras?
¿Si no hubiera visto su barco a punto de irse a pique tantas veces, seria ahora
feliz tan solo por el hecho de que navegara en paz? Mientras deja por un
momento la mente en blanco, repasa con la yema de sus dedos las cicatrices de
su rostro y sus brazos, desde luego había vivido más rápido que cualquiera que
sus camaradas, y si al verlo intentaran adivinar su edad, pocos acertarían,
pero si, había merecido la pena. Después de todo, había logrado alcanzar la
paz, había conseguido sacar toda la basura y por fin podía oler la brisa, podía
escuchar el cantar de los pájaros y podía saborear cada cucharada que se
llevaba a la boca.
Y es en este punto justo, cuando
cierro los ojos, y siento la brisa en mi cara, siento como me inunda la paz y
dejo que me llene. Hay está él, es hermoso, es frágil pero resplandeciente. Y
soy consciente de que a pesar de que hoy lo sienta tan cálido y cercano, es
posible que mañana vuelva a sentir que no lo merezco. Por eso vivo el momento,
le tiendo mi mano y aún con los ojos cerrados camino junto a él. Siento que
podría llegar al fin del mundo mientras estemos unidos.
A menudo el temor por lo desconocido
ahoga nuestro tiempo, no saber cuanto durará, si será sincero, si será
verdadero, si seré el único o el primero o el último, a menudo nos preocupamos
demasiado y no nos damos cuenta que lo más importante es simple y llanamente el
presente, el hecho de tenerlo, de sentirlo, de vivirlo. Ahora lo veo con
claridad, soy el momento, soy yo y soy vosotros, soy todo y no soy nada. Soy
feliz.
“El ayer es historia, el mañana un misterio, el día de hoy es un regalo, por eso le llaman 'presente'.” Eleanor Roosevelt
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