sábado, 11 de agosto de 2012

Noche despejada


No puedo dormir, me asomo al balcón y observo como la ciudad se resiste a dormir. La amarillenta luz del foco central de la estación da una imagen grotesca a los viajeros que aún quedan en los andenes. La infinidad de motos, bicis y coches en el parquin, los constantes taxis y los autobuses; como una triste sombra de lo que es la estación durante el día.

La noche está en calma y este capitán viejo y cansado ya no se preocupa por el rumbo, ni por el destino. Tampoco por el aspecto del barco o por que pensarán de su navío cuando lo vean aparecer por el horizonte. Con una mezcla de nostalgia, pasotismo, aceptación y esperanza, todo ello sumergido en una abundante cantidad de paz interior, este marinero parece haber encontrado al fin el gran tesoro que andaba buscando.

Ha tenido que subir a la más alta cumbre, ha tenido que surcar los mares más lejanos y soportar los vientos más huracanados, ha visto su barco a punto de zozobrar tantas veces que ya no le asusta, ya las tormentas no despeinarán su canosa melena. Ha vuelto de sus viajes cargado de oro, ha saciado su sed de mujeres y sus ansias de sangre y aventuras. Y sin embargo, es en una noche como esta, con la suave brisa del mar, el silencio roto de la ciudad y con su amor dormida en la cama alumbrada por el tenue reflejo de los focos, cuando se da cuenta que todo aquello no hizo más que alejarle del verdadero objetivo.

O quizás si que fue necesario, ¿valoraría igual la paz si no hubiese derramado tanta sangre en la guerra? ¿Sería capaz de apreciar lo hermosa que es una mujer simplemente observándola mientras duerme tranquilamente en su cama, si no hubiera llenado sus noches con otras? ¿Si no hubiera visto su barco a punto de irse a pique tantas veces, seria ahora feliz tan solo por el hecho de que navegara en paz? Mientras deja por un momento la mente en blanco, repasa con la yema de sus dedos las cicatrices de su rostro y sus brazos, desde luego había vivido más rápido que cualquiera que sus camaradas, y si al verlo intentaran adivinar su edad, pocos acertarían, pero si, había merecido la pena. Después de todo, había logrado alcanzar la paz, había conseguido sacar toda la basura y por fin podía oler la brisa, podía escuchar el cantar de los pájaros y podía saborear cada cucharada que se llevaba a la boca.

Y es en este punto justo, cuando cierro los ojos, y siento la brisa en mi cara, siento como me inunda la paz y dejo que me llene. Hay está él, es hermoso, es frágil pero resplandeciente. Y soy consciente de que a pesar de que hoy lo sienta tan cálido y cercano, es posible que mañana vuelva a sentir que no lo merezco. Por eso vivo el momento, le tiendo mi mano y aún con los ojos cerrados camino junto a él. Siento que podría llegar al fin del mundo mientras estemos unidos.

A menudo el temor por lo desconocido ahoga nuestro tiempo, no saber cuanto durará, si será sincero, si será verdadero, si seré el único o el primero o el último, a menudo nos preocupamos demasiado y no nos damos cuenta que lo más importante es simple y llanamente el presente, el hecho de tenerlo, de sentirlo, de vivirlo. Ahora lo veo con claridad, soy el momento, soy yo y soy vosotros, soy todo y no soy nada. Soy feliz.

“El ayer es historia, el mañana un misterio, el día de hoy es un regalopor eso le llaman 'presente'.” Eleanor Roosevelt

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