sábado, 23 de junio de 2012

Camino a la cima


Camino paso tras paso, un pie tras otro, no pienso en nada más, mis ojos no ven más allá de las botas del compañero que me precede y mi vista solo se fija en las piedras que he de pisar. Me limito a seguir subiendo sin tropezar, sin pensar demasiado en esa rodilla que lleva tiempo doliendo ni en esa falta de oxigeno que hace acelerar mi respiración. El tiempo pasa y sigo y sigo, el sudor resbala por mi frente y el peso de la mochila y el fusil se clava en mis hombros.

Piedra, piedra, barro,… y de repente algo que llama la atención de mi vista: una mariposa.

El mundo no iba con ella, una sección entera estaba pasando junto al arbusto en el que estaba y no se inmutaba… ¿Acaso no nos veía? ¿Estaba ya acostumbrada a nuestra presencia? ¿O quizá estaba aterrada por el desconocimiento de que estábamos haciendo allí, invadiendo su vida sin explicación? Mi mente por un momento fluye entre pensamientos y finalmente parece centrarse en uno que le transmite tranquilidad y esa chispa de vida que necesitaba: ¡Lo tengo! Lo que estaba era dándonos ánimos con sus alas coloreadas por el pincel de la madre naturaleza. 

Sin lugar a dudas este pensamiento es una inyección de fuerzas y caigo en que tengo la visera del chambergo demasiado baja, me seco el sudor de la frente con la camiseta y alzo la vista. Paso tras paso habíamos llegado casi a la cima, la vegetación había cambiado, ya el frondoso y oscuro bosque había quedado atrás y se veía todo el hermoso paisaje de montañas que se extendía a lo lejos bajo nuestra posición y me sorprendo a mi mismo casi parado observando la inmensidad del terreno verde y lleno de vida que había a mi alrededor. 

La voz de alerta de un compañero me saca del sueño y vuelvo a coger ritmo, pero ya no miro el suelo, las piedras del camino son meros componentes del camino a la cima, la maleta y el fusil parecían haberse quedado atrás, ya no pesaban, y mis ojos ahora veían solo nubes y verde a mi alrededor. Mi mente libre del peso y del cansancio empieza a fluir entre recuerdos, ella la primera y de su mano ese pequeño que algún día recibirá mi diario, algún izquierdo y tres pasitos, alguna tarde de charlas, esa musiquilla francesa de fondo y de repente me doy cuenta del movimiento de braceo de mis brazos y parece que mis manos buscan hacer palanca en el aire como si de water se tratara. Siempre él. Todos presenciando mi subida, todos ayudándome a cargar con el peso la maleta, todos soportando el dolor de la rodilla. 

Y en tan buena compañía llego a la cima, me recuerdo a aquel niño en los Picos de Europa jugando entre nubes, vuelvo a ser ese niño que se ilusionaba al aprender de su padre cada detalle del coche en aquellas carreteras, aquel que las horas de viaje no importaban sentado junto a la compañera de aventuras que hoy es toda una mujer. Aquel que trepaba a todos lados bajo la atenta mirada de su madre. Y me sorprendo al descubrir que no he cambiado tanto, que sigo siendo un niño solo que con una maleta bien cargada de recuerdos.

Tras una breve parada comienza el descenso, con los pulmones llenos de aire limpio y el corazón lleno de fuerza. Todo es más fácil ahora que llevo por bandera mi país, mi familia y mis amigos. Sé que no camino solo, sé que mi tripulación me seguirá fiel y por alguna extraña razón, como todo buen loco capitán de navío, sé que nos quedan muchas más aventuras que pasar juntos, sonrío y… ¡vámonos!

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