Hablemos del tiempo, del que
llevamos y del que nos queda. Hablemos sin hablar de nosotros, de ti, de mí y
de una historia de la que no hablaremos, digámoslo todo sin palabras. Hablemos
del sentir, del dejar que surja, del dejarse llevar, del ser tú y yo y nadie más. Dejemos que los
meses con más ilusión del año escondan el secreto del tembloroso amor. Dejemos
que el frio invierno traiga a nuestros labios el tierno tacto de los besos y se
los lleve antes de sentir si quiera el cansancio de la rutina. Rutina que
firmaría sin pensarlo, pero que el caprichoso destino no nos dejará saborear.
Sigamos hablando, que el miedo al
mañana no frene nuestras ansias de locura; pues, que es el amor, sino la locura
en la más bella de sus expresiones. Como intentar callar al lobo que aúlla a la
hermosa luna, si por ella, él se ha vuelto a sentir vivo y con fuerzas para
afrontar cualquier mal. Como intentar que el corazón del lobo se vuelva
yorkshire si al ver esos labios no es capaz de frenarse y no morderlos.
Morderlos para sacar su jugo,
jugo de amor, jugo de la sangre de loba que tú encierras en tu pecho, almohada
perfecta para mis noches. Noches donde lo decimos todo sin palabras, noches que
hablan de una historia de la que no hablaremos más, donde hablaremos de mí y de
ti. Noches donde hablaremos sin hablar de nosotros. No hablaremos más de lo que
queda, ni de lo que llevamos, pero sobre todo, no hablaremos del tiempo.
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