sábado, 12 de octubre de 2013

Nuevos horizontes

Hoy miro atrás, miro a todo este tiempo sin sentarme frente al espejo, miro incluso más allá y leo relatos antiguos de este cuaderno y puedo recordar el camino andado, los mares que hemos ya cruzado incluso aquellos en los que parecía que nos ahogaríamos. Puedo recordar llantos enmorecidos, abrazos llenos de lágrimas, malos tragos, pero también puedo recordar caras sonrientes, miradas de complicidad y luchas hombro con hombro por seguir a flote.

Puedo, mirar el mar de recuerdos y comprender desde la distancia hechos que en su día colapsaban mi mente, pero al ver mi reflejo en ese mar me siento cansado. Cansado de tantos choques contra las olas, cansado de siempre aguantar fuerte el timón para no perder el rumbo, y aunque reconozco que es una tarea que se me da francamente mal pues a menudo me he desviado, al final creo que puedo decir que suelo reconducir y volver a encauzar el navío.

Me siento realmente cansado de tantas historias, y aunque a este capitán a veces le encante protagonizar historias épicas de romances y reconquistas, de hazañas de superación y de incontables relatos, creo que va llegando el momento de atracar en algún puerto, de dejarnos de batallitas y buscar el mar en calma.

No puedo evitar aferrarme al recuerdo de esa vida de pirata que tantas alegrías me ha dado, pero como me dijo hace poco esa luz verde siempre sonriente: “prefiero que vayas llorando por las esquinas a que vayas dejando gente atrás llorando por ti” y por duro que sea, tiene toda la razón del mundo, y reconozco que puedo ir con la cabeza alta y la conciencia limpia, que es algo que antes no podía y eso pesaba en mi espalda.

Ahora mucho más calmado, mucho más limpio y con el karma bastante más equilibrado, después de conocer a que sabe el barro, después de haber llorado mares, de aprender lecciones que ojalá no hubiera tenido que aprender me apoyo en el pretil de mi ventana y observo este nuevo horizonte. Y aunque aún vea montes, pero me sabe mucho más a hogar, quizá no solo por la tierra que baña el sol ante mis ojos, quizá sea yo mismo que con esta nueva calma me sienta en paz con este mundo con el que llevaba tiempo sin encajar.

Ahora llega un periodo de tranquilidad que precede a grandes cambios, un sinfín de dudas a lo lejos, pero puedo agradecerle, que la última lección que me enseñó ella fue que hay veces que por mucho empeño que pongas en algo, que aunque pongas toda la carne en el asador y golpees una y otra vez la mesa, hay decisiones que no dependen de uno mismo, y aunque fue una lección que me costó asumir hoy me sirve para comprender que lo que tenga que venir vendrá. Que no tengo que ser mejor persona para buscar un perdón sino que tengo que ser cada día la mejor versión de mí mismo para poder acostarme cada noche con una sonrisa y con la conciencia bien tranquila; pues el único que debe juzgarme soy yo mismo.

Y con esa idea quiero despedirme, con esa sensación de paz interior que os recomiendo que busquéis. Que podáis acostaros cada día sabiendo que lo habéis dado todo, que no os habéis dejado un ápice de vuestro potencial en el bolsillo, que todas y cada una de vuestras brazadas os han acercado un poco más a vuestro objetivo. Y si alguna vez tras todo el esfuerzo realizado el objetivo marcado se os escapa, no os confundáis, mirar atrás y decidme si vuestro sacrificio y determinación no os han llevado a ser mejores personas y a derrumbar límites de vuestra persona que antes creíais inamovibles; ¿y no es esa suficiente recompensa?

Y para terminar, como guiño a uno de mis maestros en este difícil arte que es vivir, termino con una cita como a él le gusta:

“Nadie nunca logró nada espléndido fuera de quienes se atrevieron a creer que algo dentro de ellos era superior a las circunstancias.” Bruce Barton